De la Biblia a la vida: la familia
Vivimos tiempos difíciles, cambiantes, casi perturbadores. Necesitamos desesperadamente vínculos cálidos, profundos, satisfactorios, pero no siempre sabemos cómo lograrlos. Nuestras vidas se caracterizan por una gran cantidad de contactos y una gran pobreza en las relaciones. Ni siquiera los ámbitos que pensábamos más seguros, como la familia, escapan a las dificultades del momento actual.
Hay una conexión compleja entre los procesos emocionales de una familia y su es-piritualidad. Esos procesos tienen el poder de afectar la relación con el Señor. Un clima emocional saludable dentro de la familia contribuye a preparar el camino para experiencias espirituales más profundas. Por el contrario, vivir en una familia que daña a sus miembros, aleja las posibilidades de confiar y se instala la vergüenza y el dolor. Así es difícil creer que Dios es tierno y bondadoso.
Muchas veces sentimos pesadumbre porque sabemos que no somos las personas ni las familias ideales que nos gustaría ser. Sin embargo, el Señor eligió a familias de carne y hueso para mostrar su ternura y amor. Necesitamos ser lo suficientemente vulnerables como para encarar y aceptar honestamente nuestra propia necesidad de sanidad, nuestras luchas, nuestros dolores, nuestros pecados, prejuicios, auto-ritarismos, nuestros obstáculos para cambiar. Y sobre todo, nuestra necesidad de Dios en nuestras vidas, familias y relaciones. Así podremos recibir la bendición de Dios y a la vez ser canales de bendición para los demás. El grito de Juan el Bautista resuena en nuestros oídos: “Prepárenle el camino al Señor. ¡Ábranle paso! ¡Que no encuentre estorbos!” (Mt 3.3).
La Biblia, como Palabra de Dios, es nuestra guía en este proceso de quitar los obs- táculos y cambiar el clima familiar. En ella descubrimos a Jesucristo, quien nos mostró el carácter tierno y amoroso de Dios. Jesucristo, al ser totalmente Dios y totalmente humano, entiende nuestras dificultades, por su Espíritu anima nuestra esperanza, nos brinda vida plena, fuerzas y ganas de vivir. Su vida, sus palabras y sus acciones son el ejemplo supremo para relacionarnos con los demás.
En este mundo deshumanizado, lleno de violencia, inseguridad, relaciones de poder e injusticias, esa pequeña comunidad que es la familia puede ser un espacio para que el reino de Dios palpite, se respire y se viva cotidianamente. Un lugar en el que se produzcan el cambio y la transformación. En el que se prepare el camino a las siguientes generaciones, para la fe y la esperanza que traen el seguir a Jesucristo.