21Como hacía mucho que no comíamos, Pablo se puso de pie y dijo: «Amigos, ustedes debieron haberme hecho caso, y no haber zarpado de Creta. Así se habría evitado este perjuicio y esta pérdida.
22Pero yo les pido que no pierdan el ánimo, pues ninguno de ustedes perderá la vida. Solamente se perderá la nave.
23Lo sé porque esta noche ha estado conmigo el ángel del Dios, a quien sirvo y pertenezco,
24y me ha dicho: “Pablo, no tengas miedo. Es necesario que comparezcas ante el emperador. Dios te ha concedido que todos los que navegan contigo salgan ilesos.”
25Así que, ¡anímense, amigos míos!, que Dios hará todo tal y como me lo ha dicho.
26Sin embargo, necesitamos llegar a alguna isla.»
27Catorce noches después de navegar a la deriva por el mar Adriático, a eso de la medianoche los marineros intuyeron que estaban cerca de tierra,
28así que echaron la sonda y esta marcaba una profundidad de treinta y seis metros; un poco más adelante volvieron a echarla, y ya marcaba veintisiete.
29Ante el temor de dar con algunos escollos, se echaron cuatro anclas por la popa, esperando con ansias que amaneciera.
30Algunos marineros trataron de huir de la nave y, aparentando que querían soltar las anclas de proa, echaron al mar la lancha salvavidas;
31pero Pablo les dijo al centurión y a los soldados: «Si estos no se quedan en la nave, ustedes no se podrán salvar.»
32Entonces los soldados cortaron las amarras de la lancha y dejaron que esta se perdiera.
33Comenzaba a amanecer cuando Pablo los animó a comer. Les dijo: «Ya van catorce días que ustedes están en ayunas y en compás de espera. ¡No han comido nada!
34Yo les ruego que coman algo para mantenerse sanos. Tengan la seguridad de que no van a perder ni un cabello de su cabeza.»
35Dicho esto, Pablo tomó el pan y dio gracias a Dios en presencia de todos; luego lo partió y comenzó a comer.
36Entonces todos se animaron y también comieron.
37Los que estábamos en la nave éramos un total de doscientas setenta y seis personas.
38Ya satisfechos, se arrojó el trigo al mar y se aligeró la nave.
El naufragio
39Al llegar el día, no reconocieron el lugar, pero vieron una ensenada que tenía playa, y acordaron hacer el intento de encallar allí.
40Soltaron las anclas y las dejaron en el mar; soltaron también las amarras del timón, izaron al viento la vela de proa, y se enfilaron hacia la playa.
41Como encontraron un lugar de dos corrientes, hicieron encallar la nave; allí la proa quedó inmóvil y enclavada en la arena, pero la violencia del mar hizo pedazos la popa.
42Entonces los soldados acordaron matar a los presos, para que ninguno tratara de fugarse nadando,
43pero el centurión quería salvar a Pablo, así que les impidió su intento y ordenó que los que supieran nadar fueran los primeros en echarse al mar para llegar a tierra,
44y que los demás usaran tablas, o algunos restos de la nave. Fue así como todos pudimos llegar a tierra y salvarnos.